Contra todo pronóstico, así sucede

Cada hora devora los minutos y segundos, corriendo hacia su fin cada día, como los días corren hacia el mes, y los meses al año. Reunidos, se convierten en tiempo. Así es el amor.

Une los momentos como puntos donde la alegría transita, dejando un invierno cuando las parejas se alejan por la distancia de sus obligaciones.

Estas obligaciones, como relámpagos, deben cumplirse, y una vez más, los momentos se convierten en puntos del tiempo que la nostalgia instala hasta un nuevo encuentro. Días que no se ven ni se sienten, pues son rocío de recuerdos que estallan cada vez que se vuelven a tocar. Así también es el amor.

Clandestinidad

El novio de la tía de mi novia me propuso una experiencia inusual: asistir a una pelea de gallos. La curiosidad, mezclada con cierta fascinación por lo prohibido, me empujó a aceptar.

Al llegar al palenque, me sumergí en una atmósfera densa, cargada de testosterona y adrenalina. Observé con atención el ritual: meticuloso pesaje de las aves, afilado de las espuelas que brillaban con un fulgor amenazante como de corrupción, las apuestas clandestinas que susurraban en las esquinas.

Un público heterogéneo, compuesto por hombres de diversa condición social, se reunía en torno a este espectáculo casi ancestral, donde los gritos, las bebidas y las drogas creaban un ambiente electrizante.

Podría contar más, pero al final de la jornada, me encontraba exhausto y conmocionado. La experiencia me había marcado de una forma inesperada.

Ahora, en la mirada de los demás, veía un reflejo de la fiera que había despertado en mí. Un juego de roles involuntario, una transformación que teñía mi vida de una nueva intensidad.

La necesidad de ganar dinero para pagar deudas me empujaba a seguir participando en este mundo clandestino, jugando a ser gallo en la arena, a pesar de la repugnancia que me producía la violencia.